El espanto

No dudó en moverse con cierto sigilo hasta aquel lugar. Aun así, sintió unos pasos detrás de el, se volteó y vio huir al último de los aterrorizados extraños. Estiró la mano para empujar la puerta, invadido por una cierta inquietud.

Se pasmó, se sintió aterrorizado, sometido a aquella horripilante imagen que vio frente a él. Una imagen que le impidió moverse del lugar donde estaba. Ahogó un grito de espanto.El terror que sentía ante aquel extraño lo mantuvo inmóvil durante algunos instantes, y al intentar huir cayó al suelo. Estaba impedido de cualquier movimiento y los ojos le fueron imposibles de cerrar, por mucho que lo deseara, y lo deseaba más que nada en el mundo con tal de evitar esa mirada extraña, pero penetrante.

Por unos segundos todo le pareció familiar. Todo era conocido, cercano. Se dio cuenta que la imagen reflejada era su propio ser. Era él mismo, una figura humana, pero espantosa y horrible, deformada por los años, por el tiempo y el encierro, por la misma locura que parecía contener en sus ojos. Era una imagen capaz de matar con la avasalladora presencia de un hombre convertido en monstruo.

Salió, escapó corriendo de las extrañas tierras, ajenas a las de su nacimiento. Su percepción de lo desconocido transformó la huida en una travesía por el Amazonas. Cayó una y mil veces mas. Quería escapar de su propio reflejo. De sí mismo.

Sintió angustia mientras entraba por la destruida construcción de ladrillos. Pasó por pasillos oscuros que alguna vez creyó conocer como la palma de su (¿propia...?) mano. Volvió a su lugar original para acabar la pesadilla de hacia algunos minutos atrás: El recuerdo de los recuerdos y las pesadillas de las pesadillas.

Fin.

* Texto original por Dagmar Remmele
* Adaptación y correcciones por Clemente Durán Castillo

¡Sláinte!

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