El Bosque

“Imagínate lo siguiente, si es que puedes. Imagina un bosque de pinos y robles. Ahora imagina que un pequeño incendio consume lentamente el bosque, y tu y yo vemos como el incendio avanza mas y mas, pero yo no puedo hacer nada para evitarlo, porque tengo otros bosques a mis espaladas que requieren de cuidado, por que, o están recién creciendo o tienen un riesgo de incendiarse también. Mis manos están atadas detrás de mi espalda, y tengo la boca y la nariz llenas de sangre, por lo que gritar por ayuda es imposible. Mis ojos están vendados, por lo que solo puedo usar mi oído para recibir lo que tenga que oír o deba ser oído. No podré saber con certeza en que momento el fuego me va a alcanzar, y menos a que dirección correr para estar seguro. No puedo verte, ni decirte anda, pero tampoco te oigo cerca, y no se donde estas, ni lo que haces. Has huido, para salvarte, pero me has abandonado, me has dejado a morir y a lidiar solo con un incendio pequeño, rápido e incontrolable. Eso es lo único que puedo pensar de ti, pero tengo otras cosas de que preocuparme ahora.

Repentinamente siento calor y el sonido de madera y hierba quemándose crece. Empiezo a transpirar y caigo de bruces producto del agotamiento y el calor, solo para ser levantado inmediatamente del suelo por múltiples manos que me agarran, y cubren mi cabeza y varios brazos que me llevan un lugar menos caluroso, lejos del peligro, intuyo yo. Me sacan las vendas de los ojos, pero estoy temporalmente ciego debido a la luz que estoy viendo, pero no me molesta. Estoy a salvo y esta gente me salvó y me está cuidando. Me tienden en una camilla y empiezan a curarme la boca y la nariz, y relajan los músculos de mis muñecas comprimidos por las ataduras que llevaba. Estoy preocupado por tu paradero, pero los extraños héroes me retienen alegando que no estoy sano y necesito estar bajo cuidados y observación.

Pasan las semanas, los meses y los años. Finalmente me he recuperado de mis heridas, pero siguen estando rojas y sensibles, a pesar del tiempo que ha pasado, pero cada día mejoran a pasos agigantados. Finalmente, un día decido volver al bosque a ver el daño que el incendio ha causado y ver que se salvo o que puede recuperarse, o que se fue para siempre. Al llegar, no me sorprende ver un páramo gris y frió, cubierto de carbonizados troncos y un fuerte olor a resina y madera quemada. Entre las cenizas del lugar encuentro algunas cosas triviales, pero de un modo, simbólicas y significativas (Un recordatorio, tal vez...). Entre ellas, encuentro una guitarra con algunas cuerdas menos, un pedazo de papel con garabatos familiares, una chaqueta de cotelé vieja, pero intacta, y más importante que todo lo demás, un niño.

Mas bien, un adolescente delgado, enjuto y desgarbado, con ojos amarillos, vacíos y solos. Le pregunto quien es y de donde salió, pero el solo me tiende la mano seriamente, la cual estrecho. Inmediatamente siento que sus nudillos están raspados y noto que tiene hematomas en su cuerpo, cortes y una notoria línea que dejo un par de lagrimas recién derramadas en sus pómulos. Al tomarle la mano, me sonríe, y no puedo evitar sonreírle de vuelta. Inmediatamente después de eso, se desmaya, pero alcanzo a sostenerlo antes que caiga totalmente al suelo. Como no puedo dejarlo solo, decido cargarlo hasta encontrar ayuda, aunque me siento y me sé totalmente solo y aislado. Después de recorrer la pradera de cenizas que solía ser un gran bosque de pinos y robles, decido descansar y tiendo al joven extraño y lo tapo con la chaqueta que encontré. Después de mas o menos unos 32 días, veo que alguien se acerca desde el horizonte, con el sol en su espalda, lo cual me incapacita de identificar al extraño hasta que se encuentra a unos pocos metros de mí. Mi respiración se acelera y mis pupilas se dilatan. Eres tu. Has vuelto.

Pero algo no esta bien. Algo ha cambiado, y lo siento en el instante que no se produce el impulso de abrazarnos después de tanto tiempo sin vernos. Pero no eres tu. Soy yo el que ha cambiado. Rápidamente, después de intercambiar unas frías palabras, me levanto solo para ver en tu mano algo rojo, blanco y azul, sangrante, que gotea un espeso liquido rojo, con matices café sobre el suelo grisáceo. Es un corazón. Lo aprietas y yo inmediatamente caigo de rodillas al suelo retorciéndome de dolor. Pero es un dolor diferente. Es un dolor que produce ira, pena y decepción. Es mi corazón el que tu presionas en tu puño, mientras me miras desde arriba con una sonrisa maliciosa, falsamente inocente, y unos profundos y hermosos ojos oscuros que dejan escapar una terrible sensación de hielo, depositándola en mi espina. No puedo levantarme del suelo, y tu continuas presionándolo, sonriendo y riéndote de mi.

Después de lo que parece una agonía en la que yo dejo escapar gritos y llantos de ayuda y dolor, tu dejas repentinamente de torturarme y desvías tu mirada a algo que se acerca desde mis espaldas. Tu expresión ha pasado de burlesca y arrogante, a temerosa, incrédula. No puedo saber que es lo que te tiene así, pero de nuevo, tal como fue en el rescate del bosque y el incendio, un par de manos me toman de los brazos y me levantan. Veo a mí alrededor y veo que el joven enjuto, desgarbado y delgado, con ojos amarillos sin vida se ha convertido en un joven mayor, con un aro en la oreja izquierda, el pelo revuelto, anteojos de borde café y carmesí y una barba de unos dos días. Trae puesta aun la chaqueta de cotelé con la que lo cubrí después de encontrarlo, solo que esta vez le queda perfecta. Sus ojos ya no son amarillos y taciturnos, sino se han vuelto de un profundo color naranjo, llenos de vida, vitalidad y de esperanzas, aunque en ese instante, estaban desbordados con venganza y revancha. Pero rápidamente relaja su cara y te sonríe, mientras sus ojos se cristalizan con alegría y amor.

Tras de el, vienen los desconocidos héroes que me salvaron del incendio. Veo caras conocidas, llenas de fe, esperanzadas. Vienen armados con espadas y ballestas, e instrumentos musicales. Unos se acercan y me abrazan, otras se acercan y me besan, inyectando vida en mi, e impregnándome de su aroma, para siempre, otros toman mis manos y me transmiten un calor inocente y nuevo a mis extremidades. Ponen sus manos en mis hombros y siento que todo mi dolor era pasajero, y que el amanecer esta en mis espaldas mostrándome todo el páramo chamuscado en el que estaba el bosque, desde un punto elevado, como si estuviera viendo un valle.

Pero ahora ya no es un paramos muerto. Pequeños retoños de árboles asoman sus hojas tiernas entre las cenizas, alimentándose de las mismas, creciendo más fuertes y hermosos que sus predecesores. Un riachuelo tímido empieza a correr entre los futuros pinos y robles del suelo, nutriéndolos y llevando sus semillas a la playa y el mar, y más allá. El viento sopla y a mi cara llega el papel garabateado que encontré al llegar. Es un pedazo de papel con tu nombre escrito en el, con vivos colores. En el dorso está mi nombre escrito, con los mismos colores. Inmediatamente después de leerlo, se prende fuego y se consume en el aire mientras el viento se lo lleva a las nubes. Finalmente decido levantarme y crear un bosque nuevo, con sonidos, paisajes y criaturas nuevas. Pero tu sigues aquí, frente a mi, al joven de la chaqueta, a quien no te atreves a ver a la cara.

Pero para sorpresa tuya, el extrae su propio corazón del pecho, y te lo ofrece a cambio de que me devuelvas el mío, pero no lo aceptas. Te niegas a ver el sacrificio que aquí se esta llevando a cabo, y no dices nada. Pero tampoco niegas devolverme mi corazón. Al recibirlo, empieza a latir y sangre dorada sale de las arterias, fluyendo como vino en una copa. Pero yo tampoco lo quiero ahora. Es tuyo, y yo aprendo que lo entregado no puede quitarse ni devolverse, sino que solo puede ser vuelto a crear, y ser entregado, nuevo y puro.

Y si así es como debe ser, si es así como Dios lo dispuso, Él me lo dirá, y encontrare alguien mas con quien compartir este nuevo bosque, o con quien construir un nuevo bosque en otro lugar del mundo. Pero por ahora, quiero re-construir este bosque con el joven de la chaqueta, y los héroes que me salvaron la primera vez y que ahora me llaman desde un punto lejano. ‘Tu harás lo que estimes conveniente ahora’, te digo. ‘Y lo que el Señor tenga en Sus designios para ti. Mientras tanto, aquí estoy yo. No olvides lo que tienes en tu mano derecha’.

Con eso dicho, me caigo de espaldas y despierto en una cama. Son las tres de la mañana, la hora del lobo, y descubro que a pesar de que la lluvia cae torrencialmente afuera y la pieza esta oscura y fría, me siento cálido, querido y capaz de amar. Vuelvo a dormir, esta vez con una sonrisa en mi cara, y dos lagrimas brillantes como diamantes que caen silenciosamente sobre la almohada. Mañana es un nuevo día, y yo sé que tu sabes que yo estaré ahí, porque la cicatriz en el lado izquierdo de mi pecho me lo dice.”