¿Patrimonio Cultural o Flojera Intelectual?

Aprovechando descaradamente la hora “libre” que tengo a raíz de que no tuve clases de Derecho Internacional Público II, me dedicaré a perder olímpicamente el tiempo que necesito para estudiar y preparar las pruebas que tengo esta semana y la próxima, escribiendo algo para quien sea que lo lea en el ya lamentablemente conocido Empiric Empires (Ahora que lo pienso, el nombre es un tanto pretencioso, o no? Bueno, es mi blog y al que no le gusta bien puede irse a freír monos a la chucha!). Que lata haber venido a clases para una sola hora y justo en esa hora se suspenden las clases. ¿No será que a Vío se le subió su nuevo cargo a la mollera (1)? Quien sabe, pero de todas formas desde aquí reiteramos las ya dadas felicitaciones durante clases, y rogamos que el buen humor se exprese en las notas del control de la semana pasada. A Dios le pido…

Volviendo ya a la blog-realidad (Eso es como hablar de “inteligencia militar”…), me adentro en lo que corresponde tratar aquí. En esta entrada les voy a dar pase libre para leer como me quejo de nuevo de cómo la sociedad está compuesta por monos sub-evolucionados (2), obsesionados cuales urracas con las cositas brillantes, especialmente si éstas provienen de una pantalla, sea ésta la televisión o el monitor de computador (O pantalla de notebook, para los lectores más exquisitos, rico amorosoh’…), aunque un celular que puede hacer el café mientras masajea los pies también se aplica en este contexto.

El último domingo de mayo de cada año se celebra el Día del Patrimonio Cultural. En ese día, las puertas de mucho lugares que pasan cerradas casi 364 días al año, se abren para que todos puedan entrar a pasear, a intrusear y ver cosas que no todos los días están disponibles, a menos que las veamos en una televisión (Ironía #1, tomen nota). Entre las varias atracciones que uno puede visitar desde alrededor las 08:30 horas de la mañana, hasta aproximadamente las 15:00 horas están las bóvedas con los lingotes de oro del Banco Central, el Club de la Unión, la Intendencia de Santiago, diversos museos, la Catedral, la Gran Logia, el Teatro Municipal, el Cerro San Cristóbal, el Buin-zoo, etc.

Yo personalmente visite, debidamente acompañado por doña María Paz Ureta y don Diego Pozo (A quienes les compré unos juguetes de la organillera por portarse bien y no andar llorando, perdiéndose constantemente y pidiendo que les compre esto y aquello y que los lleve a esto y aquello), el Club de la Unión, la Academia Diplomática Andrés Bello (3), la Casa Consistorial (Donde vimos una fantastica y genial recreación de un Cabildo), y finalmente la Gran Logia. Nos perdimos el Teatro Municipal y un paseo en el Cerro San Cristóbal, pero siempre habrá tiempo para esas cosas, sea durante el Día del Patrimonio Cultural o durante cualquier otro fin de semana con tiempo y plata de sobra.

El punto eso si no es relatarles paso a paso mi día de paseo por el centro (“downtown”) de Santiago, y como todo termino gloriosamente con un merecido sándwich y bebida en un sucucho de Providencia (¡Condenadas Fuente Alemana y Dominó, quien los manda a estar cerrados un domingo!), sino mas bien lo que vi una vez que llegue a mi casa y fui a conseguir bebestibles al OK Market.

Pasa que en cada uno de los lugares que visité durante ese día, a uno lo condecoraban con un adhesivo distintivo que expresaba la participación del Día del Patrimonio. Era mas que obvio que al llegar al Museo Consistorial, ubicado en la Plaza de Armas de Santiago (4), uno viera el adhesivo en cuestión en todas partes: Pegado a chaquetas; A sombreros; A mochilas; En el piso; En los árboles, etc. Todos estaban haciendo colas para entrar a todas partes, luciendo clara y adecuadamente el adhesivo, como si fuera un símbolo de orgullo y de valía de algún tipo (Yo mismo siento que la cosita esa era una señal de orgullo por razones que ya van a ser explicadas).

El punto es que una vez que llegue a mi casa, ubicada en plena Avenida Cristóbal Colon de Las Condes, el incisivo color verde y azul del adhesivo desapareció repentinamente de las calles y de la vestimenta de las personas. A medida que me acercaba al Starbucks cercano a la calle Flandes, junto con ver a todas las “gaiias estupendas” tomando sus “machiattos estupendos” o cual sea el brebaje que bajaba por sus gargantas llenas de tabaco y de temas irrelevantes, frívolos y pasajeros, noté que yo y mi polola éramos los únicos que seguíamos con la insignia de plástico pegada a nuestras mochilas y/o chaquetas. No pude dejar de sentir un poco de vergüenza.

Pero no era vergüenza por andar usando el sticker, que ahora descansa entre las páginas de mi Código Civil, sino vergüenza por estar en un lugar entre personas que no lo tenían, y que al parecer ni siquiera sabían que día era ese y que probablemente no le hubiera interesado si lo hubieran sabido. Entre lo que me demoré en llegar al OK Market, decidir que llevar, pagar y volver a mi casa, llegué a la triste conclusión de que nadie de los que convive conmigo en el vecindario, salvo las obvias excepciones que existen siempre para todo, había ido a pasear a otras partes de Santiago o Chile, a ver los museos, los teatros, los edificios importantes del Gobierno e historia nacional y a llenarse de orgullo por vivir en un país y en una ciudad llena de vida, de cultura (Dormida la mayor parte del año, lo admito y soy culpable de ello como todos) (Ironía #2) y de gente de toda especie, lugares novedosos y de arquitectura preciosa que valdría cada peso conservar por el bien de todos nosotros y de las generaciones por venir. Que vergüenza saber que tanta gente con los medios idóneos (léase plata y tiempo) (Ironía #3) para culturizarse y culturizar a los demás, preferían quedarse en sus casas, durmiendo hasta tarde, “pasando la mona”, idiotizándose con la televisión, el MSN, el celular, el Starbucks, los centros comerciales y todas esas cosas que a diferencia del Día del Patrimonio Cultural, están los 365 días del año disponibles. Shame on them.

Por otro lado, este año me pareció ver mas gente en las calles que el año pasado, lo que me produjo un cierto orgullo por participar de esta fiesta republicana (Como don Diego bien la llamo) y gratuita y de mezclarme con todo tipo de gente, de todo estrato socio-económico, raza (o “etnia” para los políticamente correctos) y nacionalidad, pues esto no era solo para chilenos, sino también para argentinos, europeos, gringos, y cualquier otro grupo extranjero con el que me podría haber topado también. Ver la Plaza de Armas tan llena de gente, de niños y de viejos me subió mucho el ánimo que por esos días andaba muy bajo. Tal fue mi alegría y calma que no me importo demasiado el exceso de rot@s, el idiota que tuvo la brillante idea de sentarse y tocar con sus grasientas manos los dos pianos presentes en el Club de la Unión a vista y paciencia de todos, o el típico cabro chico gritón y la mama permisiva, teñida “yuvia” y con un atuendo altamente criticable bajo los niveles de The Sartorialist. Un éxito y un día excelentemente aprovechado, en mi opinión.

Cerrando ya la perorata del día y despidiéndome para irme a estudiar para los últimos momentos de semestre que nos quedan, les quedo debiendo las pocas fotos que saque durante ese día, que serán publicadas en una entrada posterior, lo antes posible. Espero no haberlos aburrido demasiado. Cuidense mucho.

¡Sláinte!

*Bibliografía:
(1) Gracias a ADN Radio por proporcionar la noticia;
(2) Gracias a El Rancahuaso por proporcionar la imagen del mono sub-evolucionado;
(3) Gracias a Travel Blog por proporcionar la foto del edificio nombrado; y
(4) Gracias a Wikipedia por proporcionar la información citada.

1 Comentario(s)!:

María Paz Ureta hat gesagt…

No sé si será bueno o malo, pero respecto de las personas que describes ya perdí la capacidad de asombro. Esos chicos que viven en starbucks y no conocen si quiera su ciudad son los mismos que pasan metidos en los mall los fines de semana porque sus viejos les pasan plata para divertirse en vez de pasar tiempo con ellos; los mismos que no tienen respeto por nada y por nadie en una miserable sala de cine y que no son capaces de botar un papel en el basurero que está a 10 centímetros de ellos; y los mismos que chocan semana a semana por sentirse dueños del universo y las autopistas.*

En cuanto a mí, y ya no para seguir ocupándome del resto criticando y evaluando lo correcto/incorrecto, sino de lo que hago y cómo puedo "educar a otros", me siento profundamente orgullosa de haber ido contigo y D. a pasear ese día

Acertadamente dijiste aquél mismo día: Dios da pan al que no tiene dientes.

* Revisa tu casilla de correo. Te GOOmo